viernes, 9 de abril de 2010

Tomasa Quiahua

... Imagina la Torre Mayor de la Ciudad de México, ahora imagínate colgado de un arnés en lo más alto de uno de sus costados (230 m). ¡Aún más!, imagina que en lugar de estar afuera, estas por dentro y la torre esta vacía... ¿Qué tal si en vez de metal y vidrios, sus paredes son de roca y toda ella te rodea?, ¿qué se siente tener un vacío tremendo bajo tus pies?, ¿qué piensas cuando tus sentidos están saturados?, si es que lo inmenso se puede asimilar cuando eres tú quien está inmerso en él.

El sótano de Tomasa Quiahua es así, bueno, cien metros más largo que la Torre Mayor; es decir, ¡330! y con una boca de 15 metros de diámetro, que más o menos se mantiene a lo largo del tiro. Con forma semejante a la de un cono, la luz solar entra haciendo brillar las imponentes paredes que, a medida que se desciende, cambian del verdoso del musgo al negro basalto de la roca que ha sido abrillantada y pulida por la cortina de agua que cubre la mayoría de sus paredes.

Ubicada en la Sierra de Zongolica, Veracruz, zona de depresiones que se caracteriza por tener tiros exteriores, es decir, que están expuestos a la luz natural. Ahí nos llaman "los que se meten a los sótanos", no cuevas y es que la cultura que poseen acerca de las cavidades les permite diferenciar unos de otras e incluso corregirnos cuando lo consideran oportuno.



En esta región de la Sierra, algunas cavidades son centros ceremoniales. Por ejemplo, en el mes de marzo le toca a Totomochapa, cueva ritual náhuatl y vecina del Sumidero de Popoca, lugar donde desde hace por lo menos 34 años, la gente de la Asociación de Montañismo de la UNAM, asiste con sus mejores botas o tenis (lo que más le acomode) a festejar la vida en la fiesta montañera.

En este contexto, aprovechamos para adentrarnos a Tomasa Quiahua, situada a escasos quince metros de una vereda, dentro la localidad de San José Independencia, a media hora de Totomochapa.

Conformamos una cordada de siete personas: Alejandra, Oscar, Amilcar, Rodrigo, Tepeu, Héctor y yo. Mezcla de gente "nueva", "seminueva" y de "experiencia", por categorizar de alguna manera, donde alguien perteneciente al último grupo y que tenía años sin practicar espeleología, se sorprendió de manera inusitada, yo diría espontánea, al ver que la carburera (fuente de iluminación que utiliza carburo para funcionar) había sido sustituida por las lámparas de LED. Este hecho lo llevó a pensar que estaba muy atrasado en cuanto a los avances tecnológicos en el campo de la iluminación y demás objetos utilizados para explorar cuevas, de ahí que comenzó a preguntar por cada parte del equipo diciendo, siempre con ojos muy abiertos: "y esto, ¿ahora es así?" o "¡Aaahhh, que padre!". Su reacción tan auténtica resultó cómica para la "gente nueva" sobretodo cuando el susodicho, observando con mucha atención un mosquetón de fantasía preguntó: "Y este ¿para qué se usa?", a lo que con toda sorpresa y extrañeza el dueño del objeto contestó: —"¡Ah no!, esto sólo es de fashion". Porque pese a la creencia popular el fashion forma parte del montañismo.

Bueno, bueno, me desvié un poco. Regresando a la idea original, la cordada estaba formada por diversidad y formas de decidir que favorecieron la plática e hiperactividad del grupo, ya que mientras algunos nos quedamos a "armar" Tomasa, otros tomaron la iniciativa de hacer lo propio en La calabaza, sótano ubicado a escasos 50 metros de aquella.

Colocada ya la cabecera en Tomasa, Alejandra, de la nueva generación de espeleólogas, que determinada pero sin poder ocultar emoción y nervisosismo, pasa para continuar el armado rumbo al descenso. Quien minutos más tarde, ya perdida de vista entre los árboles y arbustos que se hallan en la pendiente, grita: "¡Está bien bonitaaa!".

¡Segundo al bateo! Al tocarme turno y llegar a la repisa, después de bajar unos veinte metros por entre los arbustos, al pie del tiro, pensaba que era impresionante, pero al estar colgado viendo al vacío, mis sentimientos cambiaron pues todo era imponente, me estremeció estar colgado a esa altura con el paisaje casi abrazándome: temperatura, olor, color, sensaciones. Se pierden las dimensiones, esta vez no por falta de luz (como sucede en las cuevas bajo tierra) sino por la altura, y aunque veía en el fondo como un espejo, el reflejo del agua que se acumula, pensé que no era posible calcular esa distancia: lo que percibes como diez metros en realidad es mucho más. Y sí, mis movimientos en automático se volvieron más felinos, y no lo digo por la destreza, sino por la precaución.

Tomasa Quiahua, y en general todas las cuevas, son exigentes con tus sentidos: los llevan al límite, los explotan. Te regalan unos paisajes extraterrestres, formaciones caprichosas, sentir lo que es vivir, amigos entrañables, pero a cambio piden control y concentración total.
Cuando estuve afuera esperando que Rodrigo y Tepeu quitaran las cuerdas, en mi pensamiento estuvo Tomasa Quiahua, lugareña de aproximadamente 30 años que cayó al sótano y por quien éste es nombrado así. Sus restos fueron extraídos por una expedición francesa, la primera en explorarlo.

Los "guías" habitantes de la localidad que nos mostraron el lugar exacto del sótano y nos hicieron compañía, bromeaban a mis advertencias de —"no se vaya a resbalar, mejor hágase para atrás", agregando con tono sarcástico: "Sino le cambiamos de nombre al sótano".

Autor: K, Edgar Soto



Bibliografía:
Los grandes abismos de México, Inversora bursátil
http://es.wikipedia.org/wiki/Torre_Mayor http://www.uv.mx/uvi/blog/wp-content/uploads/2008/12/turistico_ruta4_popoca.pdf

1 comentario:

  1. Estupendo Edgar, ya se despertó en mi de nuevo el deseo de descender a tan maravillosos lugares y profundidades tan sorprendentes!, Felicidades por tu logro!

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